Espacio de reflexión
sobre la realidad internacional a cargo de docentes e investigadores vinculados
al postgrado de relaciones internacionales y globales de la UCV. Opiniones, comentarios y reflexiones sobre
distintos temas de la agenda internacional y de las relaciones exteriores de Venezuela que combina lo interméstico y
global
María Gabriela Mata Carnevali*
María Gabriela Mata Carnevali*
Las boutades o malacrianzas de
Trump hacia nuestra América y el estira y encoge dentro de la OEA para la aplicación
de la Carta Democrática a Venezuela nos distraen
de lo que ocurre en el continente
europeo y su icónico modelo de integración, que está de cumpleaños.
Este 25 de marzo se celebraron 60 años de la firma del tratado de Roma que dio
origen a la Unión Europea y bien vale la pena detenerse en el tema.
Nadie discutirá el éxito de una aventura que ha contribuido a la
prosperidad y la estabilidad de un continente devastado por dos guerras
mundiales y luego dividido por la Guerra Fría. Desde 1989, sin embargo, el
mundo ha cambiado. En el contexto de la
dinámica "Brexit-Trump" no es
tiempo de avanzar, sino de defender el
espacio ganado. El giro xenófobo y conservador en muchos de los países miembros sitúa a la Unión en el juicio de los
electores; Farage, Le Pen, Wilders, Petry
o Salvini amenazan con destruir su moneda, su mercado, en fin, su unidad. A pesar de que las recientes
elecciones holandesas rompieron la tendencia con una clara victoria para la
centro derecha, el suspenso se prolonga de cara a las presidenciales francesas.
Para satisfacer las
aspiraciones latentes, los 27 presidentes y primeros ministros que se reunieron
en Italia para conmemorar la fecha, jugaron
a balancear las necesidades e intereses de
los estados miembros y las expectativas de la población.
Europa es el mascarón
de proa de todos los amantes de la libre
circulación típica de la globalización, pero
Bruselas pareciera haber perdido la visión de los ciudadanos más sedentarios
que ven en esto no una oportunidad, sino
un "caballo de Troya” que pone en
peligro su puesto de trabajo, su seguridad, su vida. El apoyo de los ciudadanos ha caído
notoriamente. Sólo el 35% considera positiva la UE, 17 puntos menos que en el
2007.
La UE está en crisis justamente cuando
pareciera más necesaria pues el
retorno al Estado individual y la moneda nacional, que propugnan los
euroescépticos y la extrema derecha, dejarían aún más indefensos a ciudadanos y
gobiernos frente a las amenazas de seguridad y al inmenso poder de las
multinacionales y el sector financiero.
El texto del comunicado que suele leerse en estas ocasiones fue objeto de arduas negociaciones, debido
a las divergencias entre Europa occidental y oriental sobre cómo debe
replantearse la gobernanza regional en una Europa que avanza a “distintas velocidades". En definitiva pasa revista a los
logros del proyecto comunitario, a sus principales retos, entre los que incluye
el terrorismo y la inmigración, y a las áreas a las que la Unión quiere dar
prioridad: la seguridad, el progreso económico, la Europa social y el peso de
la UE en el mundo. Pero todavía están en el aire las palabras del papa Francisco quien, en
una inusual “reunión de familia” que tuvo lugar el viernes en el Vaticano, reprochó a Europa el limitarse
a gestionar los problemas como si fueran solo una cuestión numérica, económica
o de seguridad pues, a su juicio, “el
miedo que se advierte encuentra a menudo su causa más profunda en la pérdida de
los ideales” y por ello urgió a encontrar nuevos caminos, a apostar por
el futuro a través de un “nuevo
humanismo” .
La verdad es que urge
ampliar la mirada, pues si bien la paz de ahora se da por descontada, las guerras de los Balcanes, los ataques
terroristas y la actual guerra civil de Ucrania muestran que lo impensable
puede producirse cuando estallan las
tensiones y fracasan las instituciones.
*Profesora
FACES/ ARIG-RRII
matacarnevali@gmail.com
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