Espacio
de reflexión sobre la realidad internacional a cargo de docentes e
investigadores vinculados al postgrado de relaciones internacionales y globales
de la UCV. Opiniones, comentarios y
reflexiones sobre distintos temas de la agenda internacional y de las
relaciones exteriores de Venezuela que combina lo interméstico y global
Horacio Arteaga
La ruta
de la seda suscita evocaciones poéticas,
provenientes de una historia milenaria. Fue
una red de caminos de comercio, que se extendía por todo el continente
asiático conectando a China con
Mongolia, India, Persia, Arabia, Siria, Turquía, Europa y África. Se transportaba
una diversidad de productos siendo la
seda china el más prestigioso.
Xi
Jinpig, presidente de la República Popular de China, decidió retomar el
concepto de la ruta de la seda al lanzar en el 2013 una estrategia de
desarrollo global con alrededor de un billón de dólares para construir
ferrocarriles, puertos y otras infraestructuras
en numerosos países, a fin de
mejorar la conectividad en una escala transcontinental. Surgió “The Belt and Road Initiative” (BRI) o Iniciativa
de la Franja y la Ruta, objetivo fundamental de la política exterior china. “Belt”,
parte terrestre, uniría a China con Asia
Central, Rusia, Europa y el Mediterráneo; “Road”, parte marítima, uniría las
costas de China con Europa y África.
Un
proyecto de tal magnitud ha sido objeto de visiones encontradas. Beijing
estaría utilizando sus inversiones para consolidar su estatus como potencia
global, desarrollar su capital geopolítico y difundir el yuan por todo el mundo. La ruta no sería más que una
calle de sentido único. Los países participantes podrían contraer enormes deudas al punto de volverse dependientes de China y
perder su soberanía al amparo de la “diplomacia de la deuda”.
Al
parecer no se han conocido evidencias de daño económico a las naciones
receptoras o de excesiva dependencia a
causa de la iniciativa. Más bien las inversiones han tenido un efecto positivo
en las economías locales. Para los receptores, el proyecto representa la
oportunidad de conectarse con los estados más ricos y por eso los chinos han
firmado una cantidad impresionante de acuerdos bilaterales de comercio y
desarrollo. El Canciller chino se ufana de que apenas en los últimos 6 años algunos
países construyeron su primer puente sobre el mar o su primera autopista, y
otros construyeron un puerto logrando el acceso al mar.
Gobiernos
occidentales han optado por no sumarse a la iniciativa que favorecería a las
empresas chinas, alegando falta de transparencia en los acuerdos que serían
“una trampa para la deuda”, y ausencia de estudios de impacto medioambiental.
Sin embargo, Italia fue el primer país del G7 en unirse a la ruta, y el
principal puerto de Grecia pasó a manos chinas.
Hasta
la fecha figuran más de 100 países en el
megaproyecto. En América Latina se han incorporado 10 países, entre ellos
Venezuela, como “extensión natural de la ruta marítima”. China ha venido haciendo
grandes inversiones en la región y otorgando préstamos de unos 150.000 millones
de dólares. “Préstamos corrosivos”, según los Estados Unidos.
La
aparición del COVID-19 tendrá seguramente incidencias en el desenvolvimiento del proyecto. No obstante, Beijing había
incorporado otras dos iniciativas a su estrategia que ahora pueden ser más importantes: La Ruta
de la Seda de la Salud y la de la Seda Digital, que permiten la construcción de
infraestructura de telecomunicaciones y hospitales.
La
determinación de China difícilmente cambiará porque los países en desarrollo seguirán
necesitando lo que les está ofreciendo. Seguirán necesitando carreteras,
puentes, fábricas. Seguirán necesitando todas la cosas que le habían ofrecido
antes de la pandemia y el BRI reorientaría una gran parte de la economía
mundial hacia China. Un antiguo proverbio chino dice “si quieres ser
rico, primero tienes que construir el camino”.
Profesor
EEI
arteagahoracio@hotmail.com
@Harteaga2013