ARIGLOBAL
Espacio
de reflexión sobre la realidad internacional a cargo de docentes e
investigadores vinculados al postgrado de relaciones internacionales y globales
de la UCV. Opiniones, comentarios y
reflexiones sobre distintos temas de la agenda internacional y de las
relaciones exteriores de Venezuela que
combina lo interméstico y global
Lucia Galeno
A partir de la llegada de Trump a la
presidencia de los Estados Unidos, ha sonado con mucha fuerza la teoría de la
existencia de un “estado profundo” en este país, que estaría actuando
clandestinamente en contra de la nueva administración y de los cambios políticos
que ésta practicaría.
La denuncia, surge del escándalo ocasionado
por las comunicaciones filtradas al público desde el interior de la Casa
Blanca, informaciones que dejan evidencia a algunos personajes del gabinete de
Trump, tal es el caso de su Asesor de Seguridad Nacional, Michael Flynn el cual sostuvo
conversaciones no autorizadas con el embajador ruso en Estados Unidos semanas antes de que
Trump asumiera la presidencia, noticia que produjo la renuncia de Flynn a los pocos días de haber asumido
el cargo. También, las acusaciones de espionaje ruso durante las pasadas
elecciones presidenciales.
La idea del deep state, nombre en inglés,
no es nueva. Ha sido señalada por teóricos en momentos en los que la
ocurrencia de acontecimientos históricos ha dado cabida a la confusión, por ejemplo: el asesinato del presidente J.F.
Kennedy en 1963, el ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, Watergate;
y otros. Todos, hechos estudiados por el canadiense Peter Dale Scott,
profesor de la Universidad de California, Berkeley, quién afirma la acción de intereses que se mueven
de forma silente desde las bases mismas de las instituciones gubernamentales o
de una extensión oculta de éste, para influir en decisiones y acciones del
aparato público, con el propósito de conservar cierto orden de cosas o status quo, e incluso, de privilegios de
grupos influyentes.
Llama la atención, el que esta denuncia
provenga no solo de los seguidores de Trump, sino también, de voces consideradas
de izquierda y antiimperialistas, las cuales, por principios, estarían en la
acera de enfrente del mandatario estadounidense, calificado de derecha. Por su
parte, Stephen Bannon, asesor e integrante del
Consejo de Seguridad Nacional de Trump, señaló que su gobierno tiene
como uno de sus objetivos la "deconstrucción del Estado administrativo", al
considerar que es una estructura burocrática que defiende los “intereses de la
izquierda” a través de regulaciones.
Estas declaraciones, así como
las primeras acciones del nuevo ocupante de la Casa Blanca, han generado una
mayor tensión dentro de la administración estadounidense, donde ya existía expectativa
ante la llegada de un nuevo ejecutivo, cuyas promesas electorales se enfocaban
en profundos cambios en las instituciones vigentes. Sería entonces, lógico,
pensar en la posibilidad, no de la existencia de un “estado profundo”, sino de dinámicas
administrativas de un sistema altamente burocratizado, que presenta resistencia
ante los dramáticos cambios que devendrían de un gabinete, tildado de populista,
en un sistema en el que precisamente, el contrapeso de los poderes se basa en la
solidez de las instituciones. En semejante escenario, medidas altamente
presidencialistas, arbitrarias y que exhiben inexperiencia política, chocarían con
la visión de funcionarios e entidades, acostumbrados a otros “modos de hacer”,
lo que podría estar generando roces más allá de la tensión natural que acarrea
un cambio de administración.
Los organismos de
inteligencia no escapan a estas tensiones y más, tomando en cuenta las
acusaciones que el propio Trump lanzó contra la CIA y el FBI durante la campaña
electoral, como la de encubrir acciones indebidas de la ex candidata presidencial
H. Clinton, en el ejercicio de su cargo como Secretaria de Estado de Obama.
Ante la improvisación política
y el discurso agresivo de la nueva administración, cabe preguntarse si Trump y
su gabinete serán capaces de asumir la responsabilidad de sus acciones y de los
tropiezos a los que éstas pueden conducir, sin atribuirlos a la acción del “estado
profundo”, del que no se ha comprobado siquiera su existencia.
Profa. Cátedra de Historia, EEI-UCV
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