Espacio de reflexión sobre la
realidad internacional a cargo de docentes e investigadores vinculados al
postgrado de relaciones internacionales y globales de la UCV. Opiniones,
comentarios y reflexiones sobre distintos temas de la agenda internacional y de
las relaciones exteriores de Venezuela que combina lo interméstico y
global
Por Fidel Canelón F*
Se
han cumplido 100 días del inicio de las protestas en Nicaragua contra el
gobierno de Daniel Ortega. El saldo es tétrico: al menos 351 muertos, 1200 heridos y entre 400 y 500 presos
políticos. Se trata de la represión más sanguinaria aplicada por un gobierno
latinoamericano en varias décadas, superando lo sucedido en Venezuela en las
protestas de 2014 y 2017.
Daniel
Ortega, hay que admitirlo, construyó con paciencia y astucia sibilina un proyecto
hegemónico de poder desde los tiempos en que la revolución sandinista triunfó
en 1979, desalojando del poder a Anastasio Somoza, el tercero de una dinastía
que dominó por décadas a Nicaragua. Asumió la jefatura de la Junta de
Reconstrucción Nacional hasta que pierde el poder en 1990, al caer derrotado en
las elecciones por Violeta Chamorro.
Terminado
el período de Chamorro, en los comicios de 1996 se presentó nuevamente como
candidato, perdiendo con Arnoldo Alemán, líder del Partido Liberal-Constitucionalista,
con quien a la postre llegará a un pacto político perverso, que evitará que
éste vaya a la cárcel pese a las numerosas acusaciones de corrupción en su gobierno,
obteniendo Ortega a cambio una modificación de la ley electoral que permitía
llegar al poder a quien obtuviera solo el 35% de los votos. Si bien el acuerdo
no fue fructífero para el líder sandinista en 2001, cuando pierde ampliamente
con Enrique Bolaños las presidenciales, sí lo sería en 2007, cuando vuelve al
poder en su quinto intento, al sacar casi lo justo, el 37,99% de los votos. El
pacto con Alemán le seguiría dando posteriormente pingües beneficios, al
concederle los votos que necesitaba en la Corte Suprema de Justicia para
aprobar su reelección en 2012, en un acto que violó flagrantemente la
Constitución Nacional.
Pese
a formar parte del giro izquierdista que tomó por asalto a América Latina en los
años 2000, puede decirse que Ortega encauzó
a Nicaragua por un modelo político y económico de rasgos singulares, teniendo
en común con sus pares “revolucionarios” la instauración de una democracia cada
vez menos competitiva, donde el marco de acción de las fuerzas políticas
opositoras se fue restringiendo severamente, al punto que en las elecciones de
2017 virtualmente fue él mismo quien eligió a los candidatos “adversarios”, lo
que explica su abultado triunfo con el 72% de los votos.
Ortega,
sin embargo, jamás llegó a proclamar el socialismo del siglo XXI, como Chávez y
los Castro, coincidiendo en este sentido más bien con la política de Morales y
Correa de mantener un sistema capitalista de libre mercado, sin controles cambiarios
ni de precios, y con una intervención selectiva del estado solo en algunas
áreas. Pero, a diferencia de éstos últimos, no mantuvo una relación de
conflicto con el sector privado, sino que cooptó de facto a la asociación de
gremios empresariales de Nicaragua (Cosep) dándoles una importante
participación en los organismos y empresas del estado. Es decir, puso en
práctica un modelo corporativista que le rindió amplios beneficios y
estabilidad durante esos 11 años.
Este
modelo autoritario –que en algunos aspectos se acerca más al viejo PRI de
México que al comunismo cubano o al socialismo del siglo XXI de Chávez- llegó a
su fin con la rebelión cívica que se inició el 18 de abril, encabezada por los
estudiantes, trabajadores, clases medias y la Iglesia Católica, de tanta
influencia en el pueblo nicaragüense. A Ortega no le quedó más remedio que
poner fin al pacto con el Cosep, al tiempo que tuvo que sentarse en una mesa de
diálogo cuyo destino final no está nada claro, debido a la salvaje represión
desatada y a su indisposición a adelantar las elecciones para el año que viene.
Pero una cosa puede asegurarse: Nicaragua ya no es la misma. Y si bien es
posible que el movimiento de protestas se agote o llegue al cansancio, lo
cierto es que el dúo Ortega-Murillo está cada vez más aislado nacional e
internacionalmente, y en adelante se le hará cuesta arriba mantener el régimen
de privilegios y discriminación política sobre el cual cabalgó por más de una
década.
*Prof FACES /EEI
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