Espacio
de reflexión sobre la realidad internacional a cargo de docentes e
investigadores vinculados al postgrado de relaciones internacionales y globales
de la UCV. Opiniones, comentarios y
reflexiones sobre distintos temas de la agenda internacional y de las
relaciones exteriores de Venezuela que combina lo interméstico y global
Mirna Yonis*
El Cono Sur de América Latina presenta esta semana dos eventos
internacionales que bien podríamos incluir en las dinámicas convergentes y
divergentes del multilateralismo global y regional. Por una parte la 2da
Conferencia de Naciones Unidas sobe la Cooperación Sur-Sur PBA+40, cuyo lema es
“El papel de la Cooperación Sur-Sur en
la implementación de la Agenda 2030”, lo que implica un fuerte compromiso
con los diecisiete ODS. Esta segunda edición que se celebrará en la ciudad de
Buenos Aires entre el 20 y 22 de marzo, está precedida de la 1ra reunión
celebrada en 2009 en la ciudad de Nairobi. La Cooperación Sur-Sur (CSS) es la
ruta que en el siglo XXI transforma el patrimonio institucional onusiano del siglo XX que enmarcó la
Cooperación Técnica para el Desarrollo (CTPD) con la Plataforma de Buenos Aires
(PABA) en 1978. Por otra parte, se nos presenta
la Primera Cumbre ProSur bajo la denominación de Foro para el Progreso y Desarrollo de América Latina; una propuesta
que ha venido siendo desarrollada por
los Presidentes Iván Duque de Colombia y José Piñera de Chile; y que tendrá
lugar en Santiago de Chile el día 22 de marzo.
Si bien estos encuentros se plantean como dos dinámicas
particulares del multilateralismo; uno de carácter global (la CSS PABA+40) y otro de tipo regional
(ProSur), la casi simultaneidad de ambos eventos con las correspondientes
reuniones técnicas preparatorias de la reunión para su instalación protocolar
lucen competitivas y ensombrecen los discursos de convergencias a favor de la
Agenda 2030 que los líderes gubernamentales han señalado en distintas
oportunidades en la Asamblea General de las Naciones Unidas así como en la última
reunión Bienal de la CEPAL celebrada en la Habana en mayo del año pasado.
En el marco global, el patrimonio institucional de
experiencias de la CTPD del siglo XX y las creativas formas de cooperación
horizontal y triangulada del siglo XXI apuestan por una renovada retórica en la
Declaración de Buenos Aires 2019 de CSS PBA. Al mismo tiempo, las muestras
exitosas de CSS como cartas de presentación intergubernamental deberán sumarse
a otras de experiencias no gubernamentales sobre las que se están dialogando en
los eventos previos y paralelos en la misma ciudad: ONGs, Redes Académicas y No
académicas, entre otras. Todo ello se suma a una compleja madeja institucional
que rodea la CSS en el marco de los ODS y de la Agenda 2030.
En el marco regional, si consideramos los efectos de la Crisis
Multidimensional de Venezuela y su Crisis
Humanitaria Compleja, incluida la Crisis Migratoria, posiblemente
podamos comprender la celeridad que le han estado dando los dos líderes
presidenciales con la propuesta de ProSur. Los cambios en la tendencia de los
gobiernos progresistas y de derecha han ocasionado un retroceso en el desarrollo
institucional de los mecanismos políticos regionales que impulsó Venezuela en
su trilogía del ALBA, UNASUR y CELAC, pero también en mecanismos más concretos
como PetroCaribe. La opacidad de estos mecanismos se ve reforzada por las denuncias y salida de sus
miembros (ALBA y UNASUR) así como por la
falta de consensos para una reunión técnica o ministerial en el caso de la
CELAC. Vale decir que tampoco ha sido muy afortunado el brillo diplomático del
resto de los esquemas del regionalismo de integración latinoamericano y
caribeño.
La experiencia institucional hemisférica, latinoamericana y
caribeña muestra la debilidad de las iniciativas de calificación y control de
la democracia y gobernabilidad. Si bien hay saldos positivos no exentan de
obstáculos tanto en la segunda mitad del siglo XX como a inicios del siglo XXI,
la Crisis Multidimensional de Venezuela ha sobrepasado los límites de acción
regional efectiva debida, entre otras cosas, a las nociones ambivalentes sobre
la no injerencia y autodeterminación. La Carta Democrática Interamericana y la
Cláusula Democrática de Mercosur son apenas una muestra de tales límites en el
multilateralismo político regional. Su evaluación, renovación o fortalecimiento
serían las tareas lógicas en lugar de aumentar el registro de esquemas
regionales.
El resultado de este camino de ProSur solo el tiempo lo dirá y
estaremos atentos en el seguimiento del caso, ya que es el compromiso
profesional y académico. Ahora bien, a riesgo de críticas, y si bien no se
refieren al tema de la democracia pero si de la articulación política regional
en la agenda global, consideramos que hay un patrimonio institucional sobre el
cual valdría la pena que las Presidencias, Cancillerías y actores políticos de los países de la región
consideraran en sus propuestas de agenda de acción exterior y en la estrategia
regional: El Sistema Económico Latinoamericano, creado en 1975, con sede en
Caracas y la Asociación de Estados del Caribe, creada en 1996, con sede en
Puerto España. Posiblemente una sinergia menos rígida de ingeniería y
arquitectura institucional permitiría aprovechar el patrimonio de negociaciones
internacionales frente a terceros. Las convergencias y divergencias ya no solo
subregionales sino individuales de países serían las principales
condicionantes.
Si bien es inevitable recordar el valor de la obra de James N.
Rosenau titulada Turbulencia Mundial, dado que “el contexto” presenta una
‘dinámica inmensa’ de ‘fragmegración’ que condiciona la operatividad del tan
revisitado multilateralismo onusiano, como del regionalismo
postliberal/Posthegemónico. Analíticamente, hay
que sopesar el valor del camino andado en torno a una agenda exterior
(internacional), con tiempos de acción más allá de los niveles intergubernamentales.
La tarea es compleja ciertamente, pero lejos de amilanar, oxigena el entusiasmo
y persistencia en la ruta de la cooperación internacional global y regional.
@mirnayonis
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