Espacio
de reflexión sobre la realidad internacional a cargo de docentes e
investigadores vinculados al postgrado de relaciones internacionales y globales
de la UCV. Opiniones, comentarios y reflexiones sobre distintos temas de
la agenda internacional y de las relaciones exteriores de Venezuela que
combina lo interméstico y global
Por FIdel Canelón *
España
no ha escapado de lo que parece ser el pathos que define a buena parte de los
pueblos del mundo desde los finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI: la
confrontación con su pasado histórico y el cuestionamiento y redefinición de la
identidad que los ha marcado desde que nacieron como entidades políticas en la
era moderna.
De
repente, la clase política dominante de Cataluña –con la aquiescencia de una
parte significativa de su población- ha descubierto que la condición de
comunidad autónoma que tiene dentro del orden constitucional nacido con la restauración
democrática de 1977 es una camisa de fuerza para su progreso, y ha planteado la
independencia para hacer justicia con una vocación de autodeterminación que
–supuestamente- habría poseído desde siempre, pero que había sido frustrada por
imposiciones de casas dinásticas imperiales.
Nada nuevo, si tomamos en cuenta que
en el último siglo las identidades políticas no han cesado de redefinirse al
calor de las guerras y de grandes procesos políticos de cambio: la Primera y la
Segunda guerra mundial, los procesos de descolonización de Asia y África y la
implosión del sistema socialista encabezado por la Unión Soviética, generaron
el desmoronamiento de imperios, y el surgimiento de numerosos nuevos estados,
cambiando significativamente la dinámica del ordenamiento político mundial. Más
recientemente, sucesos como la Primavera árabe generaron el derrumbe de viejos
regímenes autoritarios de África y el Medio Oriente, y posteriormente guerras fratricidas,
todavía en pleno desarrollado, que han disgregado, de facto, a estados como
Libia, Siria, e Irak.
La rebelión de Cataluña nos advierte
que en estos años de globalización no solo los países de escaso desarrollo, con
regímenes autocráticos o grandes
déficits democráticos son susceptibles de sufrir un desmoronamiento de su
integridad político-territorial, sino también los países desarrollados con
democracias consolidadas como España. Ellos también pueden ser víctimas de las
vindicaciones históricas cobijadas en algunos de sus pueblos y comunidades, al
calor de los tortuosos procesos de unificación de sus estados-naciones, que en
el caso de España tomó cuerpo al unirse los reinos de Castilla y Aragón a fines
del siglo XV.
Episodios
como la rebelión catalana de 1640, durante la guerra entre España y Francia que
terminó con la Paz de los Pirineos (1659) y particularmente las fuertes
políticas centralistas y contrarias a su identidad cultural adoptadas por
Felipe V –al entronizarse en el poder la dinastía de los Borbones en 1700- y
más recientemente, las políticas antiautonómicas adoptadas por la dictadura de
Francisco Franco, al parecer no fueron superados del todo y han propiciado este
ánimo vindicativo y separatista.
Más allá de las vicisitudes
históricas, este intento separatista solo ha sido posible en el contexto de la
grave crisis económica y social que ha afectado a España en la última década
–con altas cifras de desempleo y fuerte afectación y desahucio de sus viviendas
de amplios sectores- que todavía no ha
sido superada del todo. El descontento catalán llevó a la aprobación de un
nuevo Estatuto de la Comunidad Autónoma, aprobado en 2006, donde, entre otros
aspectos, se contempló reconocimiento del deber del uso del catalán junto al
español y una mayor cuota de participación en los impuestos del estado español.
De igual forma, el separatismo
catalán hay que analizarlo en el contexto de la crisis que ha llevado al cuestionamiento
y vigencia de la misma Unión Europea, en medio del descontento generado en la
mayoría de sus países por las crecientes corrientes inmigratorias, la amenaza
del terrorismo en sus distintas expresiones, y el replanteamiento de sus
relaciones de poder dentro del orden global -crisis que tuvo su capítulo más
notorio con el Brexit-.
El
estado español se enfrenta a un largo y complicado proceso después de la
accidentada y cuestionada consulta
celebrada este primero de octubre. Solo queda esperar que la
racionalidad se imponga dentro del liderazgo político y civil nacional y de
Cataluña. Sería desafortunado que las brechas se profundizaran y que, ante la
ausencia de soluciones ecuánimes, se dispararan procesos de violencia como los
que protagonizó el movimiento vasco por varias décadas. España merece conservar
la paz y su integridad, respetando simultáneamente las demandas de sus
ciudadanos y comunidades autónomas.
Profesor FACES / EEII
@fidelcanelon
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