Espacio de reflexión sobre la realidad
internacional a cargo de docentes e investigadores vinculados al postgrado de
relaciones internacionales y globales de la UCV. Opiniones, comentarios y reflexiones sobre
distintos temas de la agenda internacional y de las relaciones exteriores de
Venezuela que combina lo interméstico y global
FIDEL CANELÓN *
El juicio abierto por el Supremo
Tribunal Federal de Brasil al presidente Michel Temer pone nuevamente en el
centro de atención regional y mundial la corrupción de la clase política y la clase empresarial brasileñas. Además de la
destituida Dilma Rousseff y de Lula Da Silva, 108 políticos brasileños están
siendo investigados por haber recibido comisiones y estar implicados en la
madeja de corrupción establecida entre Odebrecht y el Estado. Pero esta no es
una red nacional sino transnacional: presidentes, políticos, parlamentarios y
altos funcionarios de 12 países también están implicados en el cobro de
comisiones y otros delitos (Venezuela, por cierto, después de Brasil, es el
país con la mayor suma de dólares en comisiones).
El
caso Odebrecht es un ejemplo notorio de un fenómeno que atañe a las sociedades
de fines del siglo XX y lo que va del siglo XXI: la creciente pérdida de
prestigio y legitimidad de la clase político-partidista profesional y del
funcionariado público o clase burocrática, quienes dominaron el orden político
nacional y global por más de un siglo. Mientras el siglo XIX fue dominado
–dependiendo de qué región o país del mundo se tratase- por monarcas
(constitucionales, en el caso de Europa), caudillos y estamentos
administrativos de precaria formación, el siglo XX fue tomado por asalto por
especialistas formados en el arte de la política y en la función pública.
Tanto
el político profesional (cuyos rasgos quien mejor los dibujó, posiblemente, fue
Lenin en el ¿Qué Hacer?) como el burócrata público (cuyo perfil fue descrito
prolijamente por Max Weber) contribuyeron
en forma determinante a que las naciones de los mundos desarrollados y
no tan desarrollados llevaran a cabo grandes procesos de modernización y
crearan múltiples beneficios en sus estándares de vida.
Pero desde finales del siglo XX estas dos
clases entraron en declive. Desde el punto de vista simbólico quizá la mejor
expresión de esta decadencia fue el Watergate,
aquel juicio que llevó a la renuncia de Richard Nixon: la majestad presidencial
fue vulnerada y entró en un barranco. El modo de hacer política que había sido
tan exitoso, comenzó a ser cada vez menos eficiente y más costoso, a la par que
generaba numerosas perversiones. Los partidos se convirtieron en maquinarias
gigantescas que se aprovechaban de la renta estatal y pervertían la función
pública. La necesidad de utilizar sofisticadas técnicas de mercadeo y las
crecientes exigencias populares, elevaron a la ene potencia los costos de los
eventos electorales. Por otra parte, los
ciudadanos, a medida que han adquirido mayor madurez y civismo, se han vuelto
más escépticos y se interesan por asuntos distintos de la política tradicional.
Es difícil saber si la
clase político-partidista y la burocrática –sobre todo en regiones como
Latinoamérica donde la modernidad se quedó a medio camino- podrán sobrevivir a este declive. Los cambios
sociales y culturales que trae consigo la globalización, en todo caso, parecen
apuntar a una reformulación tal de la función pública y de lo que llamamos
política, que nuevos actores (ONG, organizaciones de base, vecinos, etc.)
tomarán (y de hecho ya lo están haciendo) un creciente protagonismo en el
liderazgo de sus sociedades.
*Prof
FACES/ EEI
----------------------------
Las
opiniones emitidas por los articulistas son de responsabilidad individual y en
ningún caso comprometen opiniones de la entidad que promueve este espacio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
El contenido de este blog y todos sus recursos son de uso exclusivo del Área de Relaciones Internacionales Globales y tiene como finalidad promover la difusión de investigaciones de alto nivel académico de los cursantes y profesores del postgrado. Las opiniones expresadas en este blog son responsabilidad de sus autores y no representan necesariamente la opinión de la Universidad Central de Venezuela y sus autoridades.