martes, 6 de junio de 2017

ARIGlobal: ODEBRECHT y la corrupción transnacional




Espacio de reflexión sobre la realidad internacional a cargo de docentes e investigadores vinculados al postgrado de relaciones internacionales y globales de la UCV.  Opiniones, comentarios y reflexiones sobre distintos temas de la agenda internacional y de las relaciones exteriores de Venezuela que combina lo interméstico y global

FIDEL CANELÓN *


            El juicio abierto por el Supremo Tribunal Federal de Brasil al presidente Michel Temer pone nuevamente en el centro de atención regional y mundial la corrupción de la clase política y  la clase empresarial brasileñas. Además de la destituida Dilma Rousseff y de Lula Da Silva, 108 políticos brasileños están siendo investigados por haber recibido comisiones y estar implicados en la madeja de corrupción establecida entre Odebrecht y el Estado. Pero esta no es una red nacional sino transnacional: presidentes, políticos, parlamentarios y altos funcionarios de 12 países también están implicados en el cobro de comisiones y otros delitos (Venezuela, por cierto, después de Brasil, es el país con la mayor suma de dólares en comisiones).  
El caso Odebrecht es un ejemplo notorio de un fenómeno que atañe a las sociedades de fines del siglo XX y lo que va del siglo XXI: la creciente pérdida de prestigio y legitimidad de la clase político-partidista profesional y del funcionariado público o clase burocrática, quienes dominaron el orden político nacional y global por más de un siglo. Mientras el siglo XIX fue dominado –dependiendo de qué región o país del mundo se tratase- por monarcas (constitucionales, en el caso de Europa), caudillos y estamentos administrativos de precaria formación, el siglo XX fue tomado por asalto por especialistas formados en el arte de la política y en la función pública. 
Tanto el político profesional (cuyos rasgos quien mejor los dibujó, posiblemente, fue Lenin en el ¿Qué Hacer?) como el burócrata público (cuyo perfil fue descrito prolijamente por Max Weber) contribuyeron  en forma determinante a que las naciones de los mundos desarrollados y no tan desarrollados llevaran a cabo grandes procesos de modernización y crearan múltiples beneficios en sus estándares de vida.
             Pero desde finales del siglo XX estas dos clases entraron en declive. Desde el punto de vista simbólico quizá la mejor expresión de esta decadencia fue el Watergate, aquel juicio que llevó a la renuncia de Richard Nixon: la majestad presidencial fue vulnerada y entró en un barranco. El modo de hacer política que había sido tan exitoso, comenzó a ser cada vez menos eficiente y más costoso, a la par que generaba numerosas perversiones. Los partidos se convirtieron en maquinarias gigantescas que se aprovechaban de la renta estatal y pervertían la función pública. La necesidad de utilizar sofisticadas técnicas de mercadeo y las crecientes exigencias populares, elevaron a la ene potencia los costos de los eventos electorales.  Por otra parte, los ciudadanos, a medida que han adquirido mayor madurez y civismo, se han vuelto más escépticos y se interesan por asuntos distintos de la política tradicional.
                        Es difícil saber si la clase político-partidista y la burocrática –sobre todo en regiones como Latinoamérica donde la modernidad se quedó a medio camino-  podrán sobrevivir a este declive. Los cambios sociales y culturales que trae consigo la globalización, en todo caso, parecen apuntar a una reformulación tal de la función pública y de lo que llamamos política, que nuevos actores (ONG, organizaciones de base, vecinos, etc.) tomarán (y de hecho ya lo están haciendo) un creciente protagonismo en el liderazgo de sus sociedades.          
             
*Prof FACES/ EEI





 


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