Espacio de reflexión sobre la realidad internacional a cargo de
docentes e investigadores vinculados al postgrado de relaciones internacionales
y globales de la UCV. Opiniones, comentarios y reflexiones sobre
distintos temas de la agenda internacional y de las relaciones exteriores
de Venezuela que combina lo interméstico y global
María Gabriela Mata Carnevali
“¡Con qué abundancia se soñó en todo tiempo con
una vida mejor que fuera posible! La vida de todos los hombres se halla cruzada
por sueños soñados despierto”, dice Ernst Bloch (1959); una parte de ellos es
simplemente una fuga banal, pero otra parte incita, no permite conformarse con
lo malo existente y te invita a construir el lugar que
sueñas para vivir: U-topos, literalmente, un lugar
que no existe todavía, otro lugar. Es decir, no permite la
renuncia. Esta otra parte tiene en su núcleo la esperanza y es trasmisible.
En plena crisis de crecimiento y de sentido,
algunos podrían apostar, no sin fundamento, a que hemos perdido nuestra
capacidad de soñar colectivamente y de imaginarnos en el futuro, aquí, pero de
otro modo. Afortunadamente, la utopía es el lugar mismo del pensamiento
creativo. La imaginación que genera la realidad.
¿Por qué no imaginar desde ya, con conciencia
anticipadora, una nueva política exterior para Venezuela? Lo primero es imaginar el escenario dado que,
como proceso que envuelve el balance de fines, medios, acciones y resultados
esperados, la política exterior responde a, es producto de, está imbuida en y
limitada por el contexto nacional e internacional. Esto solo nos llevaría más espacio del que
tenemos disponible. Sin embargo, podemos limitarnos a un aspecto: el político
ideológico.
En agenda: el multilateralismo, la justicia transicional y los derechos humanos
El triunfo de Bolsonaro en Brasil, un reconocido nostálgico de las dictaduras militares de la década de 1970, parece afianzar el giro hacia la derecha de los últimos años en América Latina marcados por los triunfos de Mauricio Macri en Argentina en 2015, Sebastián Piñera en Chile en 2017, Mario Abdo Benítez en Paraguay e Iván Duque en Colombia en 2018.
Con excepción de México, que apostó recientemente por Manuel López
Obrador, el ejemplo catastrófico de lo que la izquierda ha hecho de Venezuela
parece haber disuadido a un electorado que, con las particularidades de cada
caso, aspira más de sus Democracias. Lamentablemente, el descontento popular se
tiñe esta vez de populismo, un populismo de derecha, pero populismo al fin, y
los populismos, cualquiera sea su bandera ideológica, terminan por desacreditar
a los actores e instituciones tradicionales y abonar algún tipo de
autoritarismo.
Así las cosas, pareciera evidente
que la división tradicional de izquierda-derecha es insuficiente para hacer una
lectura política de la región y del mundo, y se impone un análisis que contemple
las más nuevas tendencias en las Relaciones Internacionales.
El discurso de Bolsonaro, curiosa mezcla de militarismo, neoliberalismo
y religión, apuntala la tendencia global hacia los nacionalismos autoritarios que
vemos emerger en movimientos como el Frente Nacional de Francia,
la Fidesz de Hungría
la Alternativa para Alemania, los Demócratas de Suecia, el Partido por la Libertad de Holanda, la Liga del Norte de Italia,
el Partido de la Libertad de Austria, el Partido Popular de Suiza y el movimiento identitario paneuropeo, y en líderes como el japonés Shinzo Abe, el indio Narendra Modi, el ruso Vladimir Putin, el chino Xi Jinping y el
estadounidense Donald Trump, y otros con características similares en
Polonia, Egipto, Filipinas, Tailandia y Corea del Sur. Nacionalismos que se
traducen en políticas proteccionistas y discriminatorias contra los grupos
minoritarios y los inmigrantes, abandonando o desconociendo instancias multilaterales y
denunciando tratados internacionales, a contracorriente con los procesos y
valores de la gobernanza global, que
se inscriben en un marco liberal-institucionalista.
Esto es importante, importantísimo, si consideramos que el rescate,
consolidación, proyección y defensa de la Democracia, que imaginamos entre las
líneas rectoras de esa nueva política exterior junto a la reinserción decorosa
del país en la economía mundial, habrá de darse en un contexto si no adverso, si
dividido por cuestiones de soberanía, y tendremos que sumarnos con bríos a las
voces que defiendan el multilateralismo y la universalidad de los derechos
humanos.
A continuación, proponemos dos
acciones que nos ayudarán a avanzar en la dirección indicada, perfectamente
plausibles en el marco de medios mermados que habremos de afrontar, una urgente
y la otra prioritaria:
La urgente. El regreso a la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH),
no solo porque es uno de los pilares del sistema Interamericano de Derechos Humanos, sino porque puede ser una guía invalorable
en el camino de la justicia transicional.
La justicia
transicional alude a las formas que han utilizado algunos países para
enfrentarse a violaciones de DDHH masivas o sistemáticas, de tal magnitud y
gravedad que el sistema judicial convencional no puede darles una respuesta
adecuada. No es un modelo único. Cada uno
ha de diseñar su propia hoja de ruta para implementar los mecanismos que más se
adapten a su realidad; pero, sin duda, es un camino que hay que transitar en la
construcción de la Paz. La propuesta ya fue lanzada públicamente el 15 de junio de 2017 en la
ciudad de Caracas con la asistencia de representantes de más 20 organizaciones
civiles, las cuales firmaron un compromiso, el Compromiso de la Sociedad Civil
organizada con los principios y aplicación de la Justicia Transicional en Venezuela (Iniciativa
Justicia Transicional, 2017). La verdad es que hasta hace algún tiempo era mirada
como sinónimo de impunidad, pero ya empieza a ser considerada una forma de abrir
las puertas al cambio por vías pacíficas siguiendo el ejemplo de países hermanos, algunos de los cuales se apoyaron en la CIDH[1].
El tema de la transición democrática en Venezuela ha venido siendo evaluado, entre otros, por el Centro de Estudios Políticos de la UCAB, así como por algunas individualidades calificadas como Miguel Mónaco, José Ignacio Hernández y Asdrúbal Aguiar. Por su parte, la fiscal general de la República en el exilio, Luisa Ortega Díaz, presentó ante la Asamblea Nacional un proyecto de Ley de Amnistía, cuyo propósito básico es otorgar beneficios penales a aquellos funcionarios que decidan colaborar con el restablecimiento del orden constitucional (El Nacional, 4 junio, 2018).
En la convicción de que lo urgente no debe nunca
opacar lo importante, creemos necesario posicionar a Venezuela como defensor
global de la Democracia y los DDHH. Una vía posible es aportar desde la
experiencia reciente, no solo en lo tocante a la normativa de los acuerdos de
los que seamos signatarios, sino en la discusión en curso sobre la cuarta generación de derechos humanos relacionada
a las TICS o nuevas tecnologías de la información y comunicación y su
incidencia en la vida de las personas.
Según la teoría de la evolución
histórica de los DDHH, primero fueron los derechos civiles y políticos que sacó
a la luz el liberalismo, vinculados con el principio de libertad. Generalmente
se consideran derechos de defensa o negativos, que exigen de los poderes
públicos su inhibición y no injerencia en la esfera privada. Son los llamados
derechos de «primera generación». La «segunda generación» está conformada por los
derechos económicos, sociales y culturales, que están vinculados con el
principio de igualdad, tan caro a los movimientos socialistas. Exigen para su
realización efectiva de la intervención de los poderes públicos a través de la
prestación de servicios. La idea fue dotar de un apoyo real a las libertades,
porque sin alimentación suficiente, sin casa y abrigo, sin protección ante la
enfermedad, la ancianidad o el desempleo, resulta por lo menos hipócrita decir
a una persona que es libre.
Estas dos generaciones de derechos fueron expresamente reconocidas en la Declaración Internacional de Derechos de las
Naciones Unidas de 1948, mientras que el respeto a lo que se viene
denominando «derechos de tercera generación» todavía no ha sido objeto de una
declaración internacional de las mismas características, pero está presente en
la conciencia social. Son los derechos de solidaridad o de los pueblos;
contemplan cuestiones de carácter supranacional como la necesidad de preservar
el patrimonio común de la humanidad, la justicia internacional, el derecho a la
Paz, a un desarrollo sostenible y a un medio ambiente sano. Ya se discute sobre
una «cuarta generación» relacionada a las TICS o nuevas tecnologías de la
información y comunicación y su incidencia en la vida de las personas. Dada la realidad comunicacional venezolana, tenemos mucho que decir al respecto y contamos con especialistas reconocidos que
sabrán elevar el mensaje a las instancias pertinentes.
“Justicia
Transicional-Arte Textil” Muestra en la Universidad Anáhuac, México.
Referencias:
Cantón, Santiago (2007). Leyes de amnistía. Víctimas sin
mordaza. El impacto del Sistema Interamericano en la Justicia Transicional en
Latinoamérica: los casos de Argentina Guatemala, El Salvador y Perú. CIDH. Revisado: octubre, 2018. Disponible: http://www.corteidh.or.cr/tablas/r29761.pdf
El Nacional (4 junio, 2018). Ortega Díaz enviará un proyecto de ley de amnistía a la Asamblea
Nacional. Revisado: julio, 2018. Disponible: http://www.el-nacional.com/noticias/politica/ortega-diaz-enviara-proyecto-ley-amnistia-asamblea-nacional_238477
Iniciativa Justicia Transicional (2017) ¿Qué es la justicia transicional?
Revisado: julio, 2018. Disponible: http://justiciatransicional.org.ve/iniciativa-justicia-transicional/quienes-somos/
[1] Luego de las rupturas constitucionales y los enfrentamientos internos
ocurridos en América Latina durante las décadas de 1970, 1980 y 1990, en
algunos países se dieron las circunstancias políticas para dictar «leyes de
amnistía», como en Argentina, Uruguay,
El Salvador y Perú.
En Argentina y Uruguay, durante los primeros
años del primer gobierno democrático luego de la dictadura. En Perú, el
gobierno autocrático de Fujimori dictó las Leyes
de Amnistía el 14 de junio de 1995. En El Salvador, como parte de los Acuerdos
de Paz, se creó una Comisión de la
Verdad, cuya acción fue minimizada con la aprobación de la Ley de Amnistía para la Consolidación de la
Paz.
Según Santiago
Cantón (2007), los de Argentina y Perú son los casos que mejor
muestran el efecto positivo que puede tener una ley de este tipo, ya que en
ambos la CIDH, los Estados y la Sociedad Civil se entrecruzaron en un diálogo
que permitió a las víctimas y familiares encontrar un espacio donde fueran
escuchado
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